El mito de Narciso y Eco
Narciso era un joven de extraordinaria belleza, tan impresionante que todos los que lo veían quedaban cautivados por su apariencia. Sin embargo, su corazón era frío y arrogante; despreciaba a quienes se enamoraban de él y rechazaba cruelmente cualquier intento de acercamiento. Este comportamiento orgulloso despertó la ira de los dioses, quienes decidieron castigarlo.
Por otro lado, Eco era una ninfa del bosque con una voz melodiosa y encantadora. Tenía el don de hablar de manera persuasiva y hermosa, pero también tenía un defecto: le gustaba hablar demasiado. Un día, Eco ayudó a Zeus encubriendo sus infidelidades. Cuando Hera, la esposa de Zeus, fue a investigar, Eco la distrajo hablándole sin parar. Al descubrir la artimaña, Hera se enfureció y castigó a Eco, quitándole su capacidad de hablar libremente. A partir de ese momento, Eco solo podía repetir las últimas palabras que escuchara, como un eco.
Eco vagaba por los bosques hasta que un día vio a Narciso. Al instante, quedó perdidamente enamorada de él. Sin embargo, debido a su castigo, no podía expresar sus sentimientos directamente. Solo podía esperar a que Narciso hablara primero, para repetir sus palabras y comunicarse de forma limitada. En una ocasión, Narciso se perdió en el bosque y, al escuchar un ruido, preguntó: “¿Hay alguien aquí?”. Eco, escondida entre los árboles, respondió repitiendo: “Aquí, aquí”. Fascinada y llena de esperanza, salió de su escondite y corrió hacia Narciso con los brazos abiertos. Pero Narciso, lleno de desprecio, la rechazó y le dijo que prefería morir antes que estar con ella.
Destrozada por el rechazo, Eco se retiró al bosque, consumida por su dolor y vergüenza. Su cuerpo comenzó a desvanecerse lentamente hasta que solo quedó su voz, que siguió resonando en las montañas y valles como un eco.
Mientras tanto, los dioses no dejaron pasar la arrogancia de Narciso. Una de las personas que había sido despreciada por él rogó a Némesis, la diosa de la venganza, que hiciera justicia. Némesis escuchó y decidió darle una lección. Un día, mientras Narciso caminaba cerca de un lago cristalino, se inclinó para beber agua y vio su reflejo en la superficie. Nunca antes había visto su propia imagen, y al instante quedó fascinado por lo que veía. Narciso no entendió que estaba mirando su propio reflejo y creyó que era otra persona, tan hermosa como él. Se enamoró profundamente de esa figura.
Narciso pasó horas y días contemplando su reflejo, incapaz de apartarse del agua. Intentaba tocar a la figura, pero cada vez que lo hacía, las ondas en el agua distorsionaban la imagen y se desvanecía. La obsesión lo consumió por completo. No comía, no bebía, y finalmente, su amor imposible lo llevó a la muerte. Algunas versiones del mito dicen que murió ahogado al intentar abrazar su reflejo; otras, que simplemente se desvaneció de pena junto al lago.
Tras su muerte, los dioses, compadecidos por su destino, transformaron su cuerpo en una flor que florece cerca del agua: el narciso, que aún hoy en día crece cerca de estanques y ríos como recordatorio de su historia.
El amor implica el riesgo de mostrarse vulnerable frente al otro, y la confianza de que el otro no va a usar eso para hacernos daño.
ResponderBorrarEl amor implica también ceder algo de nuestro narcisismo. En términos freudianos, la libido que estaba puesta en el yo es dirigida hacia un objeto exterior, empobreciéndose el yo, pero recuperando parte de su narcisismo en el ser amado.
Las personas narcisistas, que suelen tener como rasgo central la inseguridad, experimentan una gran dificultad para amar.
Porque todo el rodeo que dan en la relación con el otro no es más que un intento de enriquecer su imagen yoica —una imagen que amenaza constantemente con romperse—, a costa del otro.
Así lo explica Contardo Calligaris:
“Narcisista es quien está siempre cuestionándose: ¿qué ven los otros en mí? ¿Será que les gusta lo que ven de mí? (…). El narcisista se preocupa con su imagen.”
Contardo aclara que, desde una mirada del público general, el narcisista podría parecer alguien enamorado de su imagen. Pero en la clínica, se lo ve más bien como alguien dramáticamente atormentado por el sentimiento de que su imagen depende de la mirada de los otros.
Y este es uno de los síntomas de nuestra sociedad actual: la dificultad para amar por la “necesidad” de gozar todo el tiempo y mostrarse felices ante la mirada de los demás, para sostener nuestro narcisismo.
Si el ser humano sigue buscando felicidad en el amor, a pesar de la cuota de sufrimiento que conlleva, es porque, como dice Freud, “una de las formas en que el amor se manifiesta (el sexual) nos proporciona la experiencia placentera más poderosa y subyugante, estableciendo así el prototipo de nuestras aspiraciones de felicidad.”
Que bueno lo que mencionas Marcelo. Un ser narcisista claramente tiene un ego muy inflado, donde se considera un ser superior, especial y por lo cual no puede o le cuesta conectarse con los sentimientos de otros seres. Son personas que no tienen empatia y suelen utilizar a otras personas para satisfacción propia y así alimentar más su ego. El amor propio exageradamente no deja vincularse con alguien de manera auténtica porque lo único que le interesa es ser admirado.
ResponderBorrarSaludos